Es un círculo vicioso: padecer obesidad genera estrés y el estrés, según muestran los estudios, también fomenta directamente la obesidad.
Desde hace años existía la firme sospecha de que el estrés y la obesidad estaban directamente relacionados. Una persona en estado de tensión o ansiedad generalmente trata de aliviar sus problemas a través de la comida, en donde su consumo representa un placentero pasatiempo.
No obstante no fue hasta el año 2007 cuando se demostró experimentalmente la relación directa entre el estrés y la obesidad. Fue la prestiogiosa revista Nature Medicine la que publicó el primer estudio sobre esta interrelación. Los científicos encontraron, en ratones, un mecanismo basado en neurotransmisores que podría explicar por qué la gente con estrés crónico ganaba más peso de lo que cabría esperar por las calorías que consumían.
Es estado de estrés nuestras glándulas suprarrenales segregan cortisol, también conocida como hormona del estrés. Esta hormona provoca que aumente el nivel de glucosa en sangre, fomentando el metabolismo de las grasas, las proteínas y los hidratos de carbono. Los síntomas derivados de un alto nivel de cortisol suelen conllevar un cambio en el comportamiento, como la irritabilidad sin motivo aparente y las ganas de llorar. También causan cambios de tipo fisiológico como cansancio permanente, dolores de cabeza, falta de apetito, problemas digestivos o incluso pérdida de memoria.
En estado de estrés deberemos de adoptar varias pautas a fin de intentar mantener el nivel de cortisol.
- Es conveniente suministrar al organismo todos los nutrientes necesarios, especialmente alimentos ricos en triptófano, como los huevos, la leche y los cereales integrales ya que contienen aminoácidos que estimulan la producción de serotonina, la hormona del bienestar.
- Es muy importante observar un horario regular de comidas e ingerirlas con tranquilidad.
- Hay que evitar el consumo de bebidas excitantes como el café y el alcohol, así como los edulcorantes artificiales, especialmente el aspartamo, ya que estimula en exceso el funcionamiento de las glándulas suprarrenales.
- Es también importante dormir un mínimo de ocho horas diarias a fin de que el organismo pueda poner en marcha durante la noche el mecanismo renovación y recuperación celular.
- Conviene practicar con regularidad ejercicio físico moderado y llevar a cabo técnicas de relajación, así como de respiración para contrarrestar los periodos mayor tensión.
Por otra parte, en épocas de estrés es aconsejable la ingesta de complementos como la Vitamina C, por sus propiedades antioixidantes y la Vitamina A que contribuye a reducir el nivel de cortisol. Así mismo se recomienda el té verde que contiene L-teanina y el ginseng por sus efectivos positivos sobre el cerebro.
Si el estrés es continuado, el cortisol se acumula en sangre, liberando el llamado neuropéptido Y (NPY) desde el cerebro y los nervios del sistema simpático. Ello , a su vez, hace que las células de la grasa abdominal también se pongan a producir y liberar NPY, con una doble consecuencia: por una parte se da un proceso de angiogénesis o formación de nuevos vasos sanguíneos que favorece la llegada de ácidos grasos desde el intestino, y por otra se produce la diferenciación de adipocitos nuevos, por lo que aumenta la capacidad de almacenaje de esos ácidos grasos.
Ambos procesos conllevan a una mayor acumulación de grasa, especialmente en la zona abdominal, con el consiguiente riesgo para la salud al aumentar la probabilidad de padecer cualquier enfermedad cardiovascular o del síndrome metabólico.
Y así se establece el círculo vicioso: nos vemos más gruesos y ello nos causa más estrés.